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viernes, 14 de septiembre de 2012

Winston Churchill, el racista



Mucho se ha hablado del racismo y de los nefastos líderes mundiales que propiciaron atrocidades que derivaron en sufrimiento y exterminio de millones de personas. Cuando se habla del sectarismo, de la divulgación de ideas descabelladas que apuntaban (y apuntan) a la segregación y la aniquilación del "otro", del "inferior", por lo general se piensa (y no sin razón...) en Adolf Hitler y los nazis, pero al leer la historia real (o la del Lado B si se quiere) podemos llegar a conclusiones que sorprenderían a más de uno.
Los ingleses siempre han sentido particular atracción y admiración por Winston Churchill. Motivos no le han faltado a los británicos y méritos ha hecho ese hombre para ganarse la simpatía y devoción del pueblo que supo conducir durante la Segunda Guerra Mundial hasta la victoria final. Churchill ha pasado a la historia como el impoluto líder, el sacrificado primer ministro, símbolo inequívoco de la lucha abnegada de Gran Bretaña contra la barbarie nazi en Europa y otras partes del mundo. Pero todos tenemos un muerto en el placard... y Churchill también.

Este hombre supo sentarse en Yalta a finales de 1945 junto a Roosevelt y Stalin para repartirse el mundo a "piaccere" y también supo vomitar lamentables pensamientos en forma de frases como aquella que implicaba un "mirar deliberadamente hacia otro lado" cuando dijo que no sabía cuanta tiranía había en Rusia pero que no pensaba pelearse con Stalin... A otros le hubieran caído con la guillotina encima, pero a Churchill el mundo lo aplaudió de pie...

Pero lo de Churchill va mucho más lejos todavía y a la hora de hacerse escuchar sobre temas urticantes como la superioridad de unos sobre otros, se mostró tal cual era y sin pelos en la lengua.
Churchill era un racista, un sectario, un segregador, pero la gente sólo retuvo de él (inducida por la "historia oficial") su costado legendario, sacrificado, heróico y de gran estadista.
Ya en 1910 este hombre que se convertiría luego en el líder inglés por excelencia opinaba cosas como éstas:
"El rápido crecimiento antinatural de los débiles mentales unido a una restricción en el aumento de las razas enérgicas y superiores constituye un peligro nacional y racial. Nunca se exagerará hablando de este probelma. La fuente de esta insanía debe ser cercenada y sellada con celeridad" (No lo dijo Hitler, lo dijo Churchill).

Un tiempo más tarde, en 1919, ya era Secretario de las Colonias y allí también tuvo oportunidad de sacar a relucir "lo mejor de sí mismo" cuando habló en una oportunidad sobre la más efectiva manera de quitarse de encima a los "seres inferiores" que habitaban las colonias británicas por el mundo.
Dijo Churchill:
"No comprendo a los que dudan sobre el uso del gas. Favorezco decididamente el uso de gases venenosos contra las tribus incivilizadas". Más clarito, póngale agua.

Se aprecia a las claras que habían prendido, y en forma, en Churchill aquellas viejas ideas filosóficas, esotéricas y seudocientíficas de principios de siglo XX, que planteaban la existencia de hombres superiores e inferiores y que los británicos inculcaron tan efectivamente a los norteamericanos. Los británicos y los alemanes de principios de siglo XX acuñaron un término que mostraba con toda crudeza y claridad qué tan superiores se sentían respecto de los demás. Así se comenzó a utilizar "anglosajón" para diferenciarse del resto o, lo que es lo mismo, cuál era el modo de nombrar a quienes por las vueltas del destino y la Providencias, estaban en este mundo para gobernarlo...

Y así las cosas Churchill, aún antes de ser el gran estadista como el que luego fue reconocido, tuvo tiempo para vociferar su más clara postura racista, cosa que se produjo en Febrero de 1920 cuando escribió y firmó un artículo en el "Herald Illustrated" bajo el título de: "El Sionismo contra el Bolchevismo".
Parte del artículo decía lo siguiente:
"En primer lugar están los judíos que, habitando en todos los países del mundo, se identifican con ese país, entran en su vida nacional y mientras se adhieren fielmente a su propia religión, se consideran como ciudadanos con todos los derechos del Estado que los ha recibido. En violenta oposición a toda esta esfera del esfuerzo judío se alzan los esquemas de los judíos internacionales. Los adherentes de esta siniestra confederación son en su mayoría hombres criados en poblaciones infelices de países donde los judíos son perseguidos a causa de su raza. La mayoría de ellos, si no todos, han abandonado la fe de sus padres. Esta conspiración mundial para el derrocamiento de la civilización no ha dejado de crecer."


Además Churchill no veía la hora de quitarse del medio a los pueblos árabes y a los hindúes y como si todo eso no bastara, deseaba con todo su corazón erradicar a los negros de la colonia de Australia y, de paso, recomendaba a los norteamericanos (tan democráticos y respetuosos de la libertad como él) que eliminaran por completo de la faz de la Tierra a las tribus de Pieles Rojas. Sobre estos dos últimos grupos (Australianos y Pieles Rojas), en oportunidad de hablar a la Comisión Real sobre Palestina en 1937, lanzó lo siguiente:
"No acepto que se haya hecho un gran mal a los Pieles Rojas de América o a los negros de Australia por el hecho de que una raza más fuerte, una raza de más graduación, haya llegado y ocupado su lugar". Y también tuvo anteriormente "calidas" palabras (calientes en realidad) para Ghandi cuando hablando sobre su encuentro (de Ghandi) con el Virrey de la India en 1931, opinó lo siguiente:
"Es alarmante y nauseabundo ver cómo el señor Ghandi, un abogado sedicioso de M.T., haciéndose el fakir de esos tan codiciados en Oriente, trepa semidesnudo las escalinatas del palacio del Virrey mientras sigue organizando y dirigiendo una campaña de desobediencia civil para parlamentar de igual a igual con el representante del Rey Emperador".

Mientras tanto siguen resonando en los oídos de muchos, aquellas encendidas palabras con las que le prometía a los ingleses sólo "sangre, sudor y lágrimas". Por lo menos en eso no mintió.