viernes, 24 de junio de 2016

Celestino Quijada, el hachero que vio a Hitler en el Cerro Otto de Bariloche

Celestino Quijada, el hachero que vio a Hitler en el Cerro Otto de Bariloche.


En este mundo los hay quienes creen que los investigadores históricos, los que nos paramos frente a la historia oficial con una mirada crítica, sólo pretendemos visitas masivas en nuestros espacios de internet y, en el mejor de los casos, vender miles de ejemplares de libros a los que no pocos incrédulos consideran como novelas fantásticas.
Claro que quienes se apegan al pie de la letra de la dudosa historia oficial, también tienen esas mismas pretenciones de éxito conmo los que somos (por así decirlo) descreídos de lo que siempre se nos ha contado como una inobjetable verdad. Y no está mal, ni en un caso ni en el otro.
Sin embargo, también están aquellos que lejos de optar por uno de los bandos en pugna, simplemente nos dejan sorprendidos y maravillados con sus relatos, sin tener la más mínima necesidad de decir una cosa por otra y -por supuesto- sin ninguna intención comercial.

Tal es el caso de Celestino Quijada, un hachero nacido en 1916 en la localidad de El Manso, un paraje rural del Departamento Bariloche, en la provincia argentina de Río Negro. De niño quedó huérfano y fue adoptado por una viejita que lo anotó en algún perdido registro civil del lado chileno.
Con el tiempo Celestino fue y vino entre Chile y la Argentina para finalmente quedarse en cercanías de Bariloche haciendo lo que mejor podía para ganarse el pan : darle duro al hacha haciendo leña.

Luego, entrados los '40, -como tantos- se enamoró del Peronismo llegando a pensar de su líder que “Perón abrió los ojos a todos los obreros, nos empezó a cuidar”.
Pero esa época no sólo le abrió los ojos frente a las políticas del Justicialismo que tanto le cambiaron la vida a quienes menos tenían y a quienes más iban a necesitar, sino que fue también fue el momento en que pudo convertirse en impensado protagonista de un hecho que no olvidó nunca jamás.
Un día, Celestino se metió entre los matorrales sureños, hacha en mano disponiéndose a trabajar.
Sin embargo, pese a la esperada rutina de cada día, aquella no fue -definitivamente- una jornada más.
Allí había un hombre, relajado y lejos de la preocupación mundana en la que estaban sumidos todos los demás.
Ese hombre era Adolf Hitler.

"Lo vi cuando mis patrones me mandaron a cortar ramas en una maderera junto al cerro Otto (Bariloche, Argentina). Estaba sentado en una silla y lo reconocí por las fotos del diario", contó Quijada (1).
Y no fue el único en verlo: "Mi mamá nos contó en distintas oportunidades que sus padres lo habían atendido en el reservado de la estancia San Ramón, ubicada en la entrada de Bariloche." (2), recordó Víctor Luego, uno de sus conocidos también entrevistado por los curiosos periodistas que llegaron a ese mismo lugar.

Por aquel entonces (1945) Don Celestino tenía 29 jóvenes años. El 12 de abril de 2016 llegó al centenario junto a su esposa y sus hijos. Siempre, cada vez que puede, vuelve a recordar ese misterioso avistaje del que nadie, bajo ninguna circunstancia, (dados los documentos que se tienen a mano) ya podrá llegar a dudar.

Marcelo D. García
Historias Lado B


Celestino Quijada, junto a su esposa y el más pequeño de sus hijos, 2015. (Foto: El Cordilerano.com)




(1): Declaración a la revista "Noticias"difundida el portal digital Perfil.com. en 2011.
(2): http://www.lagaceta.com.ar/nota/463843/mundo/vi-hitler-cuando-mis-patrones-me-mandaron-cortar-ramas.html

sábado, 4 de junio de 2016

La estancia nazi de los Rocha Miranda en Brasil

Un grupo de niños en un curioso campo de trabajo del monte brasileño. Paredes con Cruces Esvásticas labradas en los ladrillos y banderas adornadas con símbolos del III Reich alemán. 
Esta es la historia de la estancia nazi de los Rocha Miranda en Brasil.


Ladrillo con Cruz Esvástica en la estancia nazi de los Rocha Miranda en Brasil.


A finales de los años '30 José Ricardo Rosa Maciel era un jovencito que trabajaba en la "Estancia Santa Albertina", un enorme establecimiento rural enclavado en plena campiña de Cruzeiro do Sul, a unos 235 kilómetros al sudoeste de la ciudad brasileña de San Pablo.
Las tareas del campo y el cuidado de los animales a los que se dedicaba no daban la más mínima posibilidad de pensar en un quiebre de la almidonada rutina diaria, sin embargo "un día los cerdos rompieron una pared y cuando miré entre los ladrillos caídos pensé que estaba alucinando".
Aún sin poder creerlo, Rosa Maciel advirtío que cada ladrillo de ese muro estaba grabado con una Cruz Esvástica de cada lado.

Ladrillo con Cruz Esvástica y una vieja fotografía aérea de la estancia nazi .


Pasaron muchos años antes de que Maciel pudiera sacarse la duda y comprender que -efectivamente- no se trataba de una alucinación.
Gracias a las investigaciones del profesor de historia Sidney Aguilar Filho, supo finalmente que detrás de la aparición de Esvásticas en la granja existían en realidad estrechos lazos de sus propietarios con los fascistas brasileños y-por supuesto- con el Partido Nazi encabezado por Adolf Hitler en Alemania.

José Ricardo Rosa Maciel.


El profesor Filho estableció que el rancho había sido propiedad de Renato Rocha Miranda, cabeza de una familia de importantes e influyentes empresarios industriales de la ciudad de Río de Janeiro.
Él y sus hijos, Otavio y Osvaldo, eran además miembros de "Acao Integralista Brasileira", una organización política de extrema derecha que claramente simpatizaba con la causa de los nazis.
De hecho, la familia utilizaba la granja como centro de reuniones partidistas a las que asistían miles de simpatizantes.

Los Rocha Miranda en su feudo nazi.
Reunión de nazis brasileños en Santa Rita do Sapucay, en Brasil.


Fue también gracias a las posteriores investigaciones de Sidney Aguilar Filho, que quienes allí habían pasado tantos años supieron que en realidad habían sido parte de un siniestro plan que incluyó a niños abandonados e indígeneas que estarían obligados a cumplir tareas en un campo de trabajo.
"Encontré la historia de 50 niños, de alrededor de 10 años de edad, que fueron recogidos de un orfanato de Río de Janeiro. Llegaron en tres oleadas, la primera de 10 llegó en 1933", dijo Aguilar Filho, mientras que otro joven llamado Osvaldo Rocha Miranda solicitó por su parte -y obtuvo- la autorización para ser el guardián legal de esos huérfanos "rescatados" de diferentes centros de atención y salud.
"El (por el dueño de la Estancia) mandó a su chófer por nosotros, quien nos dejó en una esquina", recuerdó en declaraciones ante la prensa brasileña Aloysio da Silva, de más de 90 años ya, uno de los primeros huérfanos reclutado para trabajar en la granja, quien luego agregó que "Osvaldo (Rocha Miranda) apuntaba con un bastón… 'Trae a ese para acá, a ese también', decía. Y de 20 niños seleccionó a 10". (...) "Nos prometió hasta la Luna. Nos dijo que jugaríamos al fútbol, que iríamos a montar a caballo. Pero era todo un engaño. Repartieron un azadón para cada uno y nos pusieron a limpiar el terreno", continuó el anciano.
Las simpatías nazis de los Rocha Miranda -entre tanto- no sólo se limitaban a los ladrillos sino que también quedaban expuestas a la vista de todos cuando llevaban orgullosos los ejemplares vobinos y los cebúes que criaban a las más importantes exposiciones nacionales, marcados en su costado con una Cruz Esvástica a hierro y fuego.

Cruz Esvástica en el ganado de los Rocha Miranda.


Obligados a hacer el saludo Nazi de manera forzada y obligatoria, los niños eran habitualmente azotados con una palmatoria, que era una paleta de madera con huecos especialmente diseñada para reducir la resistencia al viento y causar más dolor (algo similar a las paletas de Paddle actuales).
Entre tanto, la vejación se completaba cuano a los niños no se los llamaba por su propio nombre sino simplemente por números. El de da Silva -de hecho- era el 23, mientras que varios perros guardianes se encargaban de mantenerlos a raya.
"Dijeron que jugaríamos al fútbol, que iríamos a montar a caballo. Todo un engaño. Repartieron una azada y nos pusieron a limpiar la tierra de raíces" (...) "Uno de los perros se llamaba Veneno, el macho. La hembra era Confianza", dijo alguna vez da Silva, quien continuó su relato asegurando que "Tenían fotografías de Hitler y estábamos obligados a saludar cuando pasábamos. Yo no entendía nada".

El "forzado" equipo de fútbol de los Rocha Miranda y la bandera con la Esvástica.
Aloysio da Silva, el niño número 23.


En medio de ese infierno indescriptible, el único momento de respiro para los huérfanos se daba cuando jugaban partidos de fútbol contra equipos de granjeros locales.
Lo curioso, sin embargo, es que -tal como ha recordado José Ricardo Rosa Maciel- el equipo de la estancia salía a jugar encabezado por una bandera de lo más peculair: una enseña que combinaba estrellas como en la bandera brasileña rodeando a una enorme Cruz Esvástica.

La bandera de Brasil junto a la de la estancia con la Esvástica y hoja con membrete del establecimiento rural.


El fútbol era una pieza clave de la ideología de la "Acao Integralista Brasileira" para fomentar trabajo en equipo, órden y disciplina, incluso en el estadio del Vasco de Gama se llevaban a cabo multitudinarios desfiles militares. Esos partidos -dicho sea de paso- también eran utilizados con fines propagandísticos por el gobierno del entonces presidente de facto Getulio Vargas.
"Pegábamos unas patadas al balón durante un rato y luego evolucionó", recuerda Argemiro dos Santos, otro de los niños (hoy un hombre muy mayor) que trabajaban en el lugar. 
"Luego comenzamos un campeonato. Éramos buenos al fútbol, eso no era un problema".
Pero, tras varios años de encierro forzado y sufrimento, Santos sintió  que ya había tendido suficiente.
"Había una puerta que dejé abierta. Esa noche me escapé por ahí y nadie me vio".

Argemiro dos Santos, su emdalla de la Segunda Guerra Mundial y la estancia en épocas actuales.


Santos logró sobrevivir al drama y la tragedia y cuando finalmente pudo regresar a Río de Janeiro ya tenía 14 años. Durmió a la intemperie y -entre otras cosas- trabajó como vendedor de periódicos. En 1942, cuando Brasil le declaró la guerra a la Alemania Nazi de Hitler, se enroló decidido en la armada como grumete, sirviendo mesas y limpiando lo que fuera necesario.
Había pasado de trabajar para los nazis a luchar contra ellos.
"Solo estaba cumpliendo con lo que Brasil necesitaba hacer", dice Santos. "No podía albergar odio por Hitler porque no sabía quién era".
Santos -como tantos de sus viejos niños compañeros- aseguró con el paso de los años que los recuerdos de la granja son imposibles de olvidar. Motivos no le faltaban. "Cualquiera que te cuente que su vida ha sido todo felicidad miente. Todos tenemos algún mal recuerdo a lo largo de nuestros días".



Marcelo D. García
Historias Lado B